La moza tejedora
(fragmento)
Se
despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando
por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.
Comenzaba
el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba
pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana
dibujaba el horizonte.
Después,
lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz
que no acababa nunca.
Si el
sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven
mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De
la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que
bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba
hasta la ventana a saludarla.
Pero
si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban
los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para
que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.
De esa
manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el
otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás (...)
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